Psicoanalista

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SALUD Y PSICOANÁLISIS. Formas Actuales del Malestar.

Bajo el título "Salud y Psicoanálisis" dentro del ciclo "Formas actuales del malestar" voy a tratar dos aspectos:

En primer lugar, tomo el concepto de salud, desde el psicoanálisis, incidiendo en cómo algunos descubrimientos freudianos vienen a producir variaciones con respecto a las concepciones tradicionales para pensar sobre qué es la salud y de qué depende. En segundo lugar, para hablar del malestar actual señalo la relación existente entre los modos actuales del síntoma y la cultura que los produce. Trato de situar la lógica del discurso propia de nuestro tiempo y sus efectos en la subjetividad, planteando algunas preguntas en torno a lo nuevo en los síntomas. ¿De qué orden es lo nuevo?, ¿cuáles son las formas actuales del malestar?

La salud es un término que depende, que correlaciona, con los términos del campo del saber desde el cual se define. La salud es un término que se coloca al servicio de los diferentes discursos. Así, es diferente su definición si procede del discurso científico y de las ramas que a su vez dependen de él como la medicina, la biología, o del discurso filosófico, de la psicología, etc... o si procede del psicoanálisis.

En cada época, dependiendo de los significantes amos imperantes, se formulará un ideal de salud. En la actualidad, como todos sabemos, nuestra cultura, y por lo tanto nuestra vida, está impregnada por el discurso del capitalismo en su alianza con el discurso de la ciencia y los avances de la técnica. También sabemos, en consecuencia, que es lo económicamente rentable o lo que ocasione menos costes el criterio empleado para orientar la política sanitaria o para decidir que tipo de tratamiento se indica ante el sufrimiento de un sujeto, presentándolo como lo mejor y, a veces, por fuera de lo ético.

Resulta paradójico que en la llamada "sociedad del bienestar", los individuos aparezcan cada vez más inseguros, más angustiados y más desorientados; parece que la búsqueda del confort, el placer y la felicidad como meta, trae aparejado su contrario, el malestar, el miedo y la inseguridad. Nos encontramos hoy un poco más cerca de una "sociedad del malestar".

En este estado de las cosas, el psicoanálisis ofrece la posibilidad de pensar estos fenómenos desde otro lugar. Lugar de escucha orientado a producir la singularidad y el sujeto del deseo en oposición a la homogeneidad y al goce.

Para hablar de salud, hay que decir que nuestra posición, la del psicoanálisis lacaniano, se distancia de la posición de la ciencia y de los demás discursos en general, por el modo de concebir al sujeto. La diferencia fundamental con otros campos que se ocupan de la salud se asienta en la afirmación de la existencia del inconsciente y las consecuencias que el descubrimiento freudiano produce.

El inconsciente supone pensar al sujeto por fuera de la conciencia, de la unidad y de la preponderancia del yo (prevalencia). Lacan interpreta el texto freudiano y formula que el inconsciente está ligado a la estructura del lenguaje, siendo los efectos de las palabras los que conforman ese otro lugar alejado de lo que pensamos o enunciamos, produciendo el sujeto dividido. A partir de ahí el yo y la conciencia no son el centro desde el cual saber acerca del malestar, del sufrimiento o de la falta de salud de cada sujeto.

El cuerpo del sujeto del inconsciente, no es el cuerpo de la biología, ni el de la fisiología, es un cuerpo marcado por las palabras, habitado por el lenguaje. Es un cuerpo que se humaniza, se hace vivible o se mortifica a través del otro del lenguaje. Podemos decir que es también por lo efectos del lenguaje que el cuerpo y, por tanto, el sujeto puede enfermar. Dicho de otra manera, el encuentro del sujeto con la lengua es traumático, complicado. El lenguaje, tiene un doble efecto. Es lo que permite simbolizar, humanizando el real del cuerpo, y, a la vez, produce un resto imposible de nombrar que va a quedar siempre como tal, como real.

Es decir, por un lado, las palabras permiten vivir, pero, por otro, también permiten enfermar. Las palabras no alcanzan para nombrarlo todo. Hay un resto innombrable en relación a lo sexual y a la muerte.

En la búsqueda de la felicidad, de la satisfacción y del bien, volvemos de nuevo a Freud para saber de su complejidad.

La palabra marca el cuerpo de manera que la satisfacción de las necesidades queda atravesada, desnaturalizada en la búsqueda del objeto que ilusoriamente vendría a colmar (pulsión). Freud nos muestra que el sujeto, no siempre quiere su bien. Nos muestra que, en la búsqueda del equilibrio y del placer, el sujeto confina con el sufrimiento y el dolor. Cuestión que más tarde Lacan llamó goce.

Estas cuestiones nos van indicando que la noción de salud como "completo estado de bienestar, físico, mental y social" (OMS) es imposible. Imposible en el sentido de que no existe lo completo para el sujeto, ni existe la reeducación de las pulsiones. Esto no quiere decir que no se pueda tratar el malestar o el síntoma. Quiere decir que de entrada lo que está es el sujeto dividido, expulsado del equilibrio, que tendrá que pasar por los desencuentros y los avatares de la relación con el Otro y con su propio cuerpo, con lo real. Es bien sabido, y esto es admitido por la medicina, que el sufrimiento produce efectos en el cuerpo, en lo real, y puede llevar al sujeto a enfermar. De manera que lo que queda excluido de la cadena del discurso, de las palabras, lo que no se simboliza, lo que no puede ser dicho reaparece en lo real, se manifiesta en el cuerpo como un síntoma, como goce. En la práctica clínica se constatan a diario estas cuestiones. Una persona viene pidiendo su curación y al tiempo descubrimos que lo que desea es permanecer en el sufrimiento. En el texto de "Psicoanálisis y medicina" Lacan diferencia la demanda del deseo. Dice que alguien puede acudir a la consulta a pedirle al doctor que le autentifique como un enfermo. Es decir, tras la demanda de curación o de felicidad a veces se desliza un deseo de dolor y de muerte (goce).

Así se sitúa el sujeto del psicoanálisis, sujeto a la lengua, a lo sexual y a la muerte, teniendo siempre en cuenta lo singular del uno por uno y las variaciones que produce la cultura sobre los modos de satisfacción de la pulsión, que aparecen entrelazados con el discurso de cada época, con lo simbólico.

Hoy en día, el capitalismo, el avance de la ciencia y de la técnica, los significantes amos que se desprenden de unos valores mercantiles, de consumo y de rendimiento, han producido efectos que se hacen notar en los sujetos.

Así, la no creencia en el padre o el desvanecimiento de la función paterna, el cambio en las formas de autoridad, la caída de los grandes ideales, el individualismo, la competencia salvaje, son consecuencias del discurso del amo, que, a su vez, se reflejan en el malestar de los sujetos contemporáneos.

Así, podemos hablar de epidemias de goce en detrimento del deseo. Encontramos sujetos desorientados en sus vidas, que se sostienen con dificultad y sin un sentido. Encontramos sujetos orientados y reunidos en torno al goce: anorexias, toxicomanías y en general todo tipo de consumos y adicciones. El modelo capitalista y la tecnociencia intentan el borramiento de la palabra y, por tanto, del sujeto, ofreciendo el catálogo de los objetos para tratar de tapar la falta como motor de deseo.

Bajo las consignas de la diversión, el placer, las noches sin límites, el bienestar, el viagra, etc., el goce se convierte en el empuje y el imperativo de la época. Se trata de un intento imposible, el de tapar, ya que por más objetos que aparezcan en esa búsqueda pulsional, el desencuentro y la castración son estructurales y no se pueden silenciar. El malestar se escucha en los síntomas actuales y muestra el fracaso del discurso del amo en su intento de acallarlo.

Por último, nos preguntamos por lo nuevo para ubicar lo anteriormente dicho en relación a las "Formas actuales del malestar".

Lo nuevo es, en general, un efecto del discurso de la ciencia. Estamos en la época de los objetos. Los objetos ocupan un lugar central en el mundo: los objetos de consumo, los objetos técnicos, todo lo nuevo que invade a diario nuestro espacio, cambiando nuestro modo de relación con los otros y con el cuerpo en un intento de borrar la diferencia entre los sexos y el paso del tiempo: la reproducción asistida, la clonación, la eugenesia, la donación de óvulos y esperma, la cirugía y su aplicación estética, la informática, internet, etc. La ciencia quiere uniformar, homogeneizar, contabilizar y controlar. En consecuencia, no quiere saber de la singularidad del sujeto, de lo que le afecta. No le interesa escuchar al sujeto, ni le interesa que sepa la causa de su sufrimiento bajo la excusa de la masificación y la falta de tiempo.

Ejemplo de esto son algunas consultas de medicina o de psicología donde cada vez más se imponen los protocolos estandarizados que borran la historia del sujeto, obturando la posibilidad de saber con la administración de fármacos y la indicación de tareas y deberes como remedio ante el malestar.

Lo nuevo aparece bajo las patologías del narcisismo. (E. Laurent). El cuerpo, no investido por el significante, dificulta la constitución del sujeto en relación a lo imaginario, en relación al Otro. Podemos nombrar aquí las psicosis, melancolías, manías etc.. Lo nuevo, partiendo de la clínica borromea, se manifiesta en las nuevas patologías que derivan de la caída de la función del Nombre del padre que es un fenómeno propio de la modernidad que produce efectos devastadores en el sujeto. La función paterna es lo que permite anudar lo real, lo simbólico y lo imaginario. El desfallecimiento de esta función deja al sujeto mal situado frente al mundo, desorientado, sin puntos de sostenimiento y a la deriva del goce.

Estamos hablando de la acentuación de la psicosis ordinaria bajo diferentes formas: la desinsercción, la exclusión, la toxicomanía, la anorexia, el vagabundeo, etc.. Formas que vienen al lugar de la falta en ser del sujeto para darle una identificación muy precaria: soy toxicómano, soy anoréxica... Lo que reúne a los sujetos es el goce imaginario. Gozan de lo mismo estableciendo lazos muy precarios con el Otro y con gran riesgo de ruptura del vínculo.

Reunirse bajo el nombre del goce y hacer una reivindicación de eso es un fenómeno actual. Por ejemplo, los grupos de gays, lesbianas, homosexuales, etc.. También encontramos asociaciones terapéuticas que se crean en torno a un síntoma: asociaciones de anoréxicas, de alcohólicos...

Todo apunta a una época caracterizada por cierta precariedad simbólica, junto a un inflamiento de lo imaginario y el peso invariante de lo real, donde lo que permite orientarse al sujeto aparece debilitado.

En psicoanálisis y medicina, Lacan dice que un cuerpo está hecho para gozar de sí mismo. Y es esta dimensión del goce la que queda eliminada en la relación del saber científico con el cuerpo, aunque, por otro lado, la ciencia sabe muy bien de ese goce, produciendo objetos que invaden el mundo para intentar obturar la división subjetiva.

La experiencia analítica nos ofrece la posibilidad de tratar lo real con lo simbólico. Se trata de dar una vuelta por la arquitectura significante para reducir el goce que conlleva el síntoma. Es la posibilidad de poner freno a la metonimia del goce ofrecida por la globalización. Es la posibilidad de establecer una nueva relación con el goce que permita alejarse del autoerotismo y establecer el lazo social.

El psicoanálisis es un discurso que se opone a la homogenización, es más, se interesa por lo más singular del malestar en cada sujeto. El inconsciente sigue siendo lo nuevo, en el sentido de que sigue siendo aquello de lo que no se quiere saber a pesar de que forma parte del decir en lo cotidiano.

El psicoanálisis no propone la felicidad, propone la vía del deseo, es decir, cómo hacer algo con el deseo propio.

Ana Ramírez


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